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Caminos de resurrección desde el plan del papa Francisco

11 junio 2020 | Por

Caminos de resurrección desde el plan del papa Francisco

«Es el Resucitado que quiere resucitar
a una vida nueva a las mujeres y,
con ellas, a la humanidad entera.
Quiere hacernos empezar ya a participar
de la condición de resucitados que nos espera»

José Cobo Cano | Obispo auxiliar de Madrid

En medio de esta hecatombe mundial, de la mano de las mujeres que caminaban al sepulcro, aparece un sorbo de esperanza, no solo de optimismo. Un plan que se ensambla en la necesidad de atreverse a reconocer la realidad con la crudeza que tiene, como aquel sepulcro de la mañana de la resurrección, y en la vía de la fraternidad como cauce de despliegue de la novedad de la misma.

Así como las mujeres fueron al sepulcro, podremos aprender a caminar hacia los lugares que demandan de nuestro cuidado y atención. Se nos propone sabernos pueblo responsable para afrontar las heridas reales que se han abierto. Ya antes de esta pandemia teníamos una sociedad que necesitaba soluciones inclusivas, justas y universales. Ahora se apuesta por reconocer la indiferencia, la economía de muerte y la cultura del descarte que elude la relación integral con la creación, y nos aparta del plan de resurrección de Dios.

El papa Francisco insiste en la necesidad de afrontar el mal del virus que nos atenaza aplicando el antivirus que propone: la justicia, la caridad y la solidaridad. Si perdemos este tren, volveremos a la deshumanización en la que estábamos.

Hay un punto de comienzo. El plan se hará desde los más vulnerables y contando con ellos. Si en esta nueva etapa de nuevo son descartados, perderemos la posibilidad de poner la dignidad humana en el centro de nuestra salida de una crisis mundial. Ellos han sido excluidos de los beneficios del sistema en el que vivimos, pero ahora cargan con todos los inconvenientes. ¿No es tiempo de pensar que han de ser parte de la solución global?

Por eso fija la mirada en los trabajadores, y en los más pobres especialmente, en los países endeudados internacionalmente, en la desigualdad de los movimientos migratorios y en los desequilibrios que el cambio climático provoca.

Desde aquí aparecen algunas concreciones pastorales que acogerían estas propuestas:

1) Este plan se acoge, primeramente, planteándonos en los pequeños espacios la necesidad de crecer como humanidad y, por tanto, crecer en Dios. Esto supondrá impulsar reflexiones en todos los estamentos eclesiales para tomar conciencia de la oportunidad de conversión ecológica y humanista que afrontamos. Una conversión necesita tiempo y medios. Tendremos que desplegar cauces para leer la realidad desde los ojos de la fe.

2) Sobre los planes de salida y de respuesta en la sociedad en el nivel político, económico y cultural y social, necesitamos generar equipos de reflexión trasversales, de trabajo por proyectos, no solo por los departamentos. Estos proyectos nos tendrían que ofrecer la posibilidad de afrontar y revisar cómo, en cada espacio de la Iglesia, acogemos este cambio bajo el estandarte que se nos da del cuidado, el curar y el compartir.

La salida no será solo dar cosas. Tendremos que revisar cómo estamos ejerciendo el desarrollo humano en cada espacio de la vida eclesial. Preguntarnos cómo podemos curar, cuidar y vivir la solidaridad, desde la liturgia, desde la catequesis, desde la forma de organízanos, predicar o lanzar campañas de sensibilización.

3) Otra línea pastoral será ofrecer lugares concretos en los que sembrar la justicia social. El Papa nos ofrece a los trabajadores como primera realidad a enfocar. Se propone ayudar a las fuerzas sociales a, desde el horizonte del bien común, acordar mecanismos para consolidar el salario universal que dignifique a las personas y a sus familias. Es valiente presentarlo ya que este medio empobrece al estado, pero salva la vida de los últimos en este momento.

Esto implica pastoralmente plantearnos el puesto que tiene el trabajo y lo que significa, en la vida de fe, en cada catequesis o acción de la Iglesia, y analizar si ayudamos a leerlo desde la Doctrina Social de la iglesia.

Es afrontar cómo acompañamos a parados y excluidos del mundo laboral, y además aprovechar para en esta etapa de cambio preguntarnos cómo acompañamos a los trabajadores en general.

4) Otro reto será el preguntarnos cómo afrontamos en la vida de la iglesia el tema del trabajo digno. No se trata solo si se «cumplen» las campañas, sino si su dolor se ha fijado en nuestro corazón y si luchamos en cada espacio eclesial (es el verbo que utiliza el Papa) por que tengan el puesto digno que merecen.

Eso supone esfuerzos y medios por acompañar a las personas y colaborar con ellas para que vivan de forma nueva. Y así ayudar a afrontar el trabajo y nuevas formas laborales con creatividad para que expresen esta realidad por la que juntos apostamos

5) Otra consecuencia será afrontar líneas de reflexión para trabajar sobre las posibilidades de condonar la deuda externa de los países, relajando los cobros y dando posibilidades de liquidez a los mismos. Por nuestra parte el iniciar procesos de sensibilización es prioritario, pues saldremos del pensamiento único que parcializa la visión global de la economía. La reflexión de los grupos cristianos que están en primera línea de la cooperación internacional será una ayuda pastoral en nuestras tareas.

6) Respecto a las migraciones, se pone esta realidad en el tapete de salida de esta pandemia global. La pandemia recrudece los conflictos abiertos y la virulencia de los flujos migratorios.

Para ello podremos analizar y conocer los contenidos de los Pactos Mundiales para una Migración Segura. De esta forma podremos analizar en nuestros ámbitos pastorales la situación mundial estableciendo puentes entre los países de salida de migrantes y países de acogida.

7) Por último, se nos coloca como seres creados en esta «casa común» que es nuestro planeta. Eso se concreta ahora lanzándonos a conocer y explicitar en cada espacio los acuerdos sobre el cambio climático. No es una acción marginal sino prioritaria a incorporar en este primer plan de incorporarnos en la resurrección de Cristo. Si es «todo en todos» (Col 3, 11), no podemos sustraernos para replantear, en los espacios pastorales que transitamos, nuestra incorporación como creaturas en la marcha de la sociedad, frenando con responsabilidad nuestra colaboración con el inminente cambio climático que inexorablemente avanzará si no somos proactivos.

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